Pelo y poder: ¿lo tienen peor los calvos en cuanto a popularidad?

Pep Guardiola, Sean Connery, Bruce Willis… Son muchos los famosos del cine, del deporte y de la vida pública que han optado por lucir el look «calva total» sin que ello les haya supuesto impedimento alguno para figurar en las listas de los más atractivos, influyentes o deseados. Y es que todo apunta a que la alopecia androgenética, que afecta a un 50 por ciento de los hombres a partir de los 50 años, se está en cierta medida, «normalizando» y que la calvicie ya no se considera como un defecto sino como una característica física más. Pero, ¿ocurre lo mismo en el caso de los políticos?; ¿hasta qué punto el hecho de lucir melena o hacer ostentación de una cuidada calva pueden sumarles o restarle votos?

Pues hay opiniones para todos los gustos. Según un reportaje recientemente publicado en el Magazine del periódico El Mundo, a lo largo de la democracia los españoles sólo hemos tenido un presidente que lucía calva, Leopoldo Calvo Sotelo, y se da la circunstancia de que no fue elegido en unos comicios al uso, sino que ocupó el cargo en sustitución de Adolfo Suarez. Desde el punto de vista de algunos analistas, independientemente del mensaje político de cada uno, este dato podría indicar que los políticos sin pelo tienen menos «tirón» popular, algo que también se podría extrapolar a otros países; se sabe que en Italia, por ejemplo, Silvio Berlusconi, ha recurrido a varias intervenciones capilares (y, también, faciales) mediante las cuales ha conseguido rejuvenecer de forma notoria su aspecto, por lo que ni de lejos aparenta sus 74 años cumplidos. Cuando «Il Cavaliere» se sometió a su primer trasplante capilar «oficialmente reconocido», se produjo en Italia una especie de boom de esta técnica: doce meses después de su intervención, alrededor de 5.000 italianos habían imitado a su mandatario y en las clínicas especializadas los implantes capilares llegaron a triplicarse, hablándose incluso de un «efecto Berlusconi».

Algo similar ha ocurrido recientemente en España a raíz del microinjerto de José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, quien se sometió a una técnica que consiste en extraer tira de cabello de la parte de la nuca de unos 18-20 centímetros por un centímetro de ancho para luego reimplantarla en la parte que se quiere repoblar. Tal y como constataron los expertos de Svenson, tan solo cuatro meses después de que el político manchego luciera nuevo «tupé», estos centros capilares vieron multiplicadas por cuatro sus consultas sobre microinjertos capilares y triplicado el número de intervenciones realizadas.

Sin embargo, no todos los políticos optan por cubrir sus cabezas sin pelo y no por ello dejan de ser influyentes. Es el caso del presidente de Unió Democrática de Catalunya, Josep Antoni Durán y Lleida, quien pese a lucir una esplendorosa calva es el político mejor valorado por los españoles. Y otro tanto ocurre con el nuevo «hombre fuerte» del Partido Socialista Obrero Español, Alfredo Pérez Rubalcaba, actual vicepresidente primero y ministro de Interior, quien no para de subir enteros como sucesor al presidente Zapatero… pese a su más que evidente calvicie.

¿Hasta qué punto, pues, es más «electoralista» tener o no tener pelo sobre el cuero cabelludo? Según los expertos, se trata de un aspecto que no es en sí mismo determinante, y en el que influye más la forma en la que afecta al comportamiento del candidato a nivel personal que su imagen general. En efecto, hay hombres a los que el hecho de perder pelo les produce inseguridad y eso se puede dejar traslucir fácilmente en la forma de comportarse en público y también en su lenguaje no verbal. Otros, en cambio, no le dan mayor importancia, y transmiten una mayor sensación de seguridad que hace que su calvicie pase a un segundo plano. También influyen otros aspectos como el tipo de vestuario que utilizan, la gestualidad, el tono de voz, etc. Un dato a tener cuenta: el que quizás haya sido el político más influyente del siglo XX, Winston Churchill, era completamente calvo…

Pero no son sólo los políticos los que andan a vueltas con los problemas capilares, y continuamente tenemos noticia de algunas de las soluciones que se hacen los famosos en el pelo para disimular o, directamente, camuflar su calvicie. Y no se trata de un fenómeno reciente, sino que la preocupación por el pelo de los famosos se ha dado en todos los tiempos. Hace unas semanas, por ejemplo, se subastó en Los ́ngeles una peluca que utilizó el mismísimo John Wayne en 1967 en la película El Dorado, pagándose por ella la suma de 1.500 dólares. Se da la circunstancia de que, en los cánones que imperaban en el Hollywood en el que el vaquero más famoso de toda la historia del celuloide rodó sus principales éxitos, no casaba muy bien eso de lucir calva con la masculinidad, la voz arrogante y los andares que caracterizaron a Wayne. Y no fue el único: se sabe que mitos como Fred Astaire, Charlton Heston o Humphrey Bogart recurrieron a técnicas de distinto tipo para camuflar su calvicie. Parece ser que las cosas han cambiado mucho y a día de hoy las lustrosas cabezas sin pelo de Sean Connery o de John Malkovich son una mera anécdota.

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